miércoles, 7 de octubre de 2015

036 – Septiembre del 2001

En este mes estuve un poco intranquilo, con ese sentimiento que nos da los años de experiencia y que más de una vez los jóvenes lo atribuyen a ser “un viejo paranoico”. Quizás sólo sea eso y nada más.

Hace un tiempo que estoy dando vueltas por todo el país, buscando un poco de paz que sólo encontraba en el rincón oscuro de mi departamento de La Docta. ¿Será que tengo que regresar, para encontrarlo? Pero luego de lo que había sucedido en el mes de febrero, no quiero aparecer por un tiempo.
Pensándolo mejor, las últimas palabras de Rosario quizás era lo que me tenía un poco intranquilo. – Tenés que evitar que el diablo complete su levantamiento. La gente no soportará mucho más los atropellos que cometen contra ellos… – su respiración en ese momento ya era despareja y le costaba aprovechar el poco aire que aspiraba.
Desde ese momento, no he podido dejar de pensar en sus predicciones. La conocía desde hacía casi veinte años, y en todo ese tiempo, nunca tuvo una adivinación felíz. Por eso la llamábamos de cariño, “Pájaro de Mal Agüero”.

A principio de mayo, su hija me llamó varias veces por teléfono, pero nunca me encontró en casa y al final dejó una carta en una de las direcciones que suelo usar cuando no quiero que muchos me encuentren. La vi cuando pasé por Santa Fé dos semanas después. El mensaje sólo decía: “Mi Ma te está esperando ver, para irse tranquila.” y firmaba como siempre “Adi”.

Al llegar al hospital, Adele me recibió con un abrazo, como lo hacía desde niña. Era ya mediado de mayo y la llovizna levantaba el frío de la escarcha en los adoquines de la entrada.
Me presentó a su novio. Un muchacho formal de unos treinta y tantos años, practicante de medicina en la UBA y a punto de recibirse. Según me contaron, él había ayudado mucho a Rosario y Adi en el estadío más avanzado del cáncer.

Me dió tristeza verla ahí, tirada. La piel cenicienta y algo manchada, su cabeza cubierta con una cofia de tela blanca y su semblante cansado. Ya casi no le quedaban cabellos. Parecía de más de setenta años, aunque no pasaba los sesenta.
La estaba acompañando su hermana Luisa y su cuñado. Que ese día tuve la oportunidad de conocer, porque  según tenía entendido hacía mucho que no se veían.
– Mi propuesta aún sigue en pie… – le dije cuando abrió los ojos lentamente. Adi me sonrió y ella la imitó. – Lo he pensado. Mi vida… – dijo, e hizo una seña para que la sentaran un poco más. Su fuerza era impresionante, siempre admiré eso de ella.
– ¿Qué propuesta? – dijo Luisa que no entendía el chiste. – Quiquin quiere casarse conmigo – respondió sin vacilar. Era buena mintiendo, algo que le había dado dinero durante mucho tiempo con sus supuestas predicciones. La verdad, era que yo le había ofrecido absorber su enfermedad y sanarla, pero ella se negó rotundamente, diciendo que yo debía estar perfectamente para actuar en el momento preciso. “El 19 de diciembre es cuando... “ respondió  a mi interrogativa de qué era tan importante.
Luisa y su esposo me miraron de arriba a abajo, ante aquella declaración. Quizás pensando en las implicaciones legales del acto, pero Rosario sonrió levemente y tomando la mano de su hermana la calmó. – No te preocupes, que ustedes también tendrán parte de mi dinero. – lo que el cuñado no tomó nada bien y salió de la habitación, bastante ofuscado.

Me quedé con ella toda esa tarde, y en la mañana siguiente, para verla partir con la misma tranquilidad que siempre la había caracterizado.

Cada vez que pienso en ella, me recuerda que no soy el único con habilidades.
Luego de aquello, seguí vagando por varias provincias, pero sus palabras quedaban sonando en mi cabeza. Una mañana decidí tomar un desayuno rápido y salir a caminar por la ciudad, para disfrutar de la costanera del Lago Piedras Moras. Bajé al pequeño restaurante del hotel casi tocando las 10. – Buen día – dije al entrar, pero ninguno de los presentes respondió. Sus miradas atónitas estaban perdidas en el pequeño televisor en la esquina del local. Miré de reojo, y vi el humo en los edificios.
– ¿Un bombardeo?... –  pregunté, pero nadie respondió. – … El primer avión golpeó directamente arriba del piso 93. Pero un segundo avión ha golpeado ahora en el segundo edificio del World Trade Center… – el anunciador tenía la voz cortada y casi no pudo terminar la frase.
La señora encargada de los desayunos me alcanzó una taza y el pulso aún le temblaba. Me sirvió vacilante mientras me comentaba lo sucedido. El gran atentado al World Trade Center “es como cosa del Diablo” afirmó.

Una hora después las torres cayeron y con ellas muchas creencias y certezas. El Mundo Occidental había sido golpeado, y violado en lo más profundo.
Pero una imagen me llegó en lo particular. El rostro de aquél policía en el lugar, filmando con su celular los aviones estrellarse, mientras la tierra, el humo y el terror se apoderaba de toda la escena. La nube se disipaba de a poco, para dar lugar al espectáculo dantesco. La gente corría gritando y huyendo de la catástrofe. Todos, menos uno: traje oscuro y peinado exquisito, lentes pequeños y su mirada puesta en la altura.
Yo lo conocía desde hacía años, y en aquella oportunidad se había presentado como Artelex.

Las predicciones de Rosario habían comenzado a tener sentido para mí. Debía prepararme para lo que sucedería en diciembre.

Este capítulo está dedicado a la gente que lucha todos los días contra las enfermedades terminales. Muchos de ellos son ejemplo para nosotros, de superación y dedicación.


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