El lugar apestaba a heces, y por mucho esfuerzo de voluntad que
pusiéramos, costaba demasiado respirar normalmente.
– Entre,… NO… haga… que… salga… a… buscarlo... – dijo en tono
amenazante. La habitación estaba en penumbras y aun teniendo poca visión, me
imaginé que lo habían atado a la cama de pies y manos. Su cabeza se sacudía de
un lado a otro, como haciendo el esfuerzo para desatarse, pero no lo conseguía.
Mordiendo de lado a lado. De repente se detuvo en su esfuerzo, para mirarme al
entrar.
– Si hubiese estado… aquí cuando lo necesité… señor Quike… seguramente
todo hubiese… sido diferente… – su voz mantuvo el mismo tono, pero era menos
pausado.
Vi su mirada torva y la cara hinchada, a tal punto que algunas venas le
sobresalían discordantes.
– Estuve sola mientras agonizaba… mientras mi esposo… lo buscaba por
las… ciudades… con la esperanza… de encontrarlo. – continuó. Sabía que era doña
Juana la que hablaba y por fin entendí el origen de su odio. – Don Quike… puede
curarte. Decía… – casi escupió las palabras.
– No tengo porque justificarme, ni buscar excusas, doña Juana. Solo diré
que lamento que no me haya encontrado. Sino quizás hubiese podido hacer algo
por usted. – sentí su ira, porque sabía que mis palabras eran ciertas, pero
también explícitas, pues también estaba la posibilidad que yo no hubiese podido
hacer nada por ella. Pero se seguía aferrando a ese sentimiento que la mantenía
con fuerza en este mundo.
– Está de más decir que usted ya no debería estar aquí. Porque lo que es
justo, es justo. Y su tiempo aquí ya pasó. Y ahora sólo está viviendo… – sentí
la presión de su furia –… ¿qué sabe usted de Justicia?... yo debía vivir para…
siempre. Ese… era el trato. – la voz retumbó en casi toda la casa. Los perros
aullaron en el patio para acompañar su dolor.
Vi sus ojos brillando en la penumbra.
– ¡Así que esto es lo que es! No es la misma persona que yo recordaba,
aquella mujer sincera y apasionada, quien amaba a su marido. Me da pena por
usted. Lo único que queda de ella es esta furia. Su alma ya está consumida y
condenada a la nada. – la cama comenzó a sacudirse y moverse de un lado a otro.
En la habitación no había nada más, porque si no seguramente hubiese volado por
los aires. Yo casi me sentía flotando en su fuerza.
Inés se había parado a mi lado, con los pies bien aferrados al piso. Los
demás esperaban fuera de la habitación.
– En el Nombre de Jesús, en comunión con la Santa Iglesia de Cristo.
Ratifico mi fe en el Santo Nombre de Jesús y en Su Preciosa Sangre. – Inés ya
había comenzado con sus oraciones, el rosario de madera entre las dos manos. –
In nomine Iesu resigno peccati Abrenuntias satanae et operibus; Iesu Christi in
totum dabo gloriam. – continuó, sus ojos cerrados y totalmente concentrada en
su acto. El cuerpo del pobre Alfredo se retorció hacia adelante y hacia los
costados, casi a punto de partirse al medio. La cama zapateó hasta elevarse por
el lado de la cabecera.
– ¡Niña torpe! … tus oraciones no sirven de nada… ¿no te has dado cuenta
que tus palabras sólo sirven para alimentar mi furia? – escupió casi gritando.
Un vómito rojizo le manchó el pecho.
Saqué la cimitarra de mi pequeña bolsa.
–... En el Santo Nombre de Jesús cúbreme con su Preciosa Sangre,
libérame Señor y libera a este tu súbdito, libera a este quién escucha mi
Oración… – Inés hacía un esfuerzo para mantenerse en pie en el lugar.
Los brazos de Alfredo se tensaban al máximo para romper los tientos de
cuero, pero Ramón había hecho un buen trabajo atándolo. Su piel ya estaba
lacerada y la sangre había ensuciado el colchón. Gruñía y gemía. Pero Inés
continuaba con su exorcismo. Cada palabra era un potente latigazo a los oídos
de doña Juana; pero las fuerzas de Inés también estaban siendo puestas a
prueba.
–... Cristo ha vencido al Demonio en la Cruz ¡saca al enemigo fuera de
mi vida para tu honor y gloria! En el Santo Nombre de Jesús cúbreme con tu
Preciosa Sangre Jesús, libera a tu pueblo ¡libéralo Señor! – Sus palabras
firmes y con convicción tuvieron efecto inmediato. Pero la vi caer al piso en
el mismo momento.
El espíritu de doña Juana se desprendió del cuerpo del joven Alfredo que
se desvaneció y quedó sujeto sólo de las ataduras.
Los ojos del espíritu brillaban como ascuas oscuras. Se disparó contra
Inés a toda velocidad.
Ayudado un poco por la fuerza que nos movía de un lado a otro, salté
para pegarme al techo y cortar a través de la furia de doña Juana, cuando ésta
pasó junto a mí. Pero mi espada la atravesó sin efecto alguno.
– No puede hacerme daño… Quike. Su mundo no puede hacerme daño… – dijo
riendo, mientras arremetía contra Inés, quién no pudo defenderse y fue lanzada
contra la pared. Su espalda rebotó y cayó al piso vomitando un poco de sangre.
– ¿No me quería a mí? pues aquí estoy… – grité. Pero no conseguí
apartarla de la Hermana Inés.
– Puedo encargarme de usted, cuando termine con ella… don Quike. Usted
no podrá hacer nada al respecto. Ella es la única que puede alterar mis
nervios… ¿vio? – se echó a reír nuevamente. –… usted no puede hacer nada al
respecto. – sus ojos se avivaron y levantó a Inés de la garganta. Sus dedos
casi invisibles comenzaron a estrujar a la joven.
Cambié de mano la cimitarra. Me concentré y mi puño comenzó a brillar
tenuemente con un brillo púrpura. Corrí, por el techo y salté en el último
segundo abanicando un golpe de costado. Mi fuerza psíquica la golpeó de lleno y
sentí la resistencia del aire al atravesarla.
– Sabe tan poco… y actúa en esa ignorancia. – dije, mientras la golpeaba
nuevamente. Se separó de Inés unos cuantos pasos. La cama se elevó unos
centímetros del piso y fue lanzada por los aires hacia nuestra dirección.
Alfredo iba a golpear de lleno contra la pared, y peor, la cama de metal podría
habernos matado o dañado gravemente. Calculé el peso y proyecté toda mi fuerza
para detenerla en el aire. El esfuerzo fue grande.
La cama se frenó a unos centímetros de nuestras caras, y cayó
inofensivamente. Pero no pude resistir caer sentado al piso.
Vi a Inés levantarse y tomar mi cimitarra. Cortó los tientos que ataban
a Alfredo y lo bajó de la cama, mientras seguía recitando alguna oración por lo
bajo.
Doña Juana retorcía la cara como si cada palabra le doliese. La
convicción de Inés realmente era poderosa. Se paró sobre la cama, con la espada
en su mano derecha, con la hoja recta hacia adelante y su mano izquierda
extendida. Esa postura yo la conocía. Ben la había hecho en algunos de los
combates que tuvimos. El Espíritu se lanzó hacia ella para embestirla
nuevamente, pero Inés ya lo había visto. Saltó hacia adelante con la espada
extendida. – KIAAAAAI!!! – gritó, y un destello se desprendió de la espada
partiendo la furia en dos.
El rostro de doña Juana fue de sorpresa, mientras se desvanecía. Luego
de eso, no volvimos a verla.
En la madrugada de esa misma noche, nos fuimos hasta el cementerio de la
ciudad a unos diez kilómetros de distancia y buscamos la tumba de doña Juana.
Jimena se estuvo debatiendo un largo rato, si venir con nosotros o quedarse en
el hotel, hasta que por fin se decidió a acompañarnos, aunque se quedaría en el
auto, alumbrando hacia el predio. Ya había tenido suficientes historias de
fantasmas, como para contarle a toda su descendencia, durante mucho tiempo.
No teníamos todos los permisos necesarios para exhumar el cadáver, pero
la verdad en ese momento nos preocupaba más la posibilidad que doña Juana
volviera por venganza.
Destapamos el cajón y no nos sorprendió encontrar el cuerpo totalmente
revuelto y retorcido, como si hubiese querido escapar, más de una vez.
Inés llevó a cabo los ritos de purificación del cuerpo: algo que
realmente no entiendo, aunque lo he visto hacer muchas veces. A diferencia de
otros sacerdotes y monjes, Inés optó por cremar el cuerpo luego de cubrirlo de
sal.
Aún me quedaba una duda y sabía que quizás otro momento sería
inoportuno. Así que mientras esperábamos que el cuerpo se consumiese y luego de
cubrir el cajón con la ceniza adentro, le pregunté. – Esa última maniobra que
hiciste usando mi espada. ¿La sabías desde antes? porque se la he visto hacer a
un amigo. Y quizás es la persona a quien hacías referencia en tus recuerdos. –
Inés negó con su cabeza. – Nunca la había practicado. Nunca me entrené
en el uso de la espada. Pero de alguna forma, sabía lo que hacía. –
Agradezco los consejos que me han dado. He intentado hacer un episodio con una forma de escritura un poco más liviana y facil de leer. Espero que les guste.
2 comentarios:
Mejor definitivamente, pese a que fue uno de los escritos más largos, pareció corto
CRI CRI, el tiempo volaba, parecían haber pasado, sin querer, dos semanas, y Quique Fibel no contaba de sus andanzas. Que era el tiempo para él, un ser de un mundo olvidado de la mano de los dioses, y que por azar del destino, terminó en este lugar, diferente, pero similar en algunos aspectos. La brutalidad de la vida era la misma en todas partes, con sus matices de dificultad, pero en fin.... ya vendrían tiempos mejores.
Sentado junto a un asador, viendo como un lechón se hacía, tomando un fernet con coca, Quique pensaba en todo aquello, y como un rayo un pensamiento cruzó su mente, sería posible?, no, no podía albergar tales sentimientos de esperanza, el sabía mejor que nadie, que eso no lograba nada. El actuar, el reaccionar, el hacer estaban en su ADN, en lo más profundo de su ser... quería volver, si, a su mundo, y mostrar y hacer todas las maravillas que vio en la Tierra, nombre ridículo, pero un lugar lindo en el que vivir... con agua por todas partes, verde y vida.... ahhh que sería Athas, si fuera un poco más así... Ya vendrán tiempos mejores, se dijo... ya vendrán!
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