miércoles, 24 de junio de 2015

026 – El Juego del Gato y el Ratón


No hay una forma simple de explicar cómo o qué son, este tipo de criaturas, y en ese momento pensé por un instante en la sanidad mental de mis compañeros.
Miré a Pancután y vi una gota de sudor seguir la línea de la patilla hasta su mentón, un poco menos prominente que su nariz. Aun así, no se le movía un músculo.

El Señor Mago, es uno de los más poderosos Kaisharga de mis tierras. Psíquico y mago al mismo tiempo, su presencia aterra a cualquiera que lo vea. Benjamín y Pancután sintieron esa fuerza emanar de la criatura y vi el esfuerzo que estaban haciendo para superar ese miedo.
La criatura se retiró la capucha un poco hacia atrás para dar más dramatismo a la escena. Su rostro era pálido, un poco arrugado, de cabello desgreñado y oscuro, pero no me pareció de apariencia sobrenatural, salvo por su boca un poco deforme.    
Pasó su mano delgada y casi huesuda por frente de su cara y quitó un velo ilusorio que escondía su apariencia real. 
La temperatura de la habitación bajó drásticamente. El espejo en un costado se empañó y los muebles se llenaron de escarcha.         
Su piel reseca y llena de moretones por varios lugares, le daban un aspecto grotesco pero impactante. Sus ojos hundidos  en sus cuencas, completamente negros, salvo por una pequeña pupila amarilla. La boca sin labios, permitía ver claramente una fila puntiaguda de dientes manchados.

Me da gusto que hayan venido a entretenerme, Señores... – dijo con esa voz carrasposa, y pausada, como marcando cada palabra. –… odien a su compañero, que los ha arrastrado a las garras de la Muerte – continuó mientras me señalaba con su huesudo dedo índice. Se relamió los dientes deformes.

Turum, turum… turum, turum, turum. Turum, turuuum. – escuché tararear a Pancután. Y no pude evitar sonreír con la ocurrencia. – Bue! Estoy nervioso – se excusó. Al no-muerto no le agradó nada que lo sacara de su contexto del malo peligroso.

Elevó su mano izquierda a la altura de su hombro haciendo un dibujo en el aire, sin dejar de señalarme con la derecha. -… porque si me deshago de él ahora, ustedes serían alimento para más tarde. Ya me ha cansado la dieta insulsa de animales cocidos que me dan en este hotel – continuó. Y un segundo después agitó su dedo índice, y una pequeña nube verde apareció alrededor de su uña. Conozco el hechizo, ya me lo han lanzado en el pasado, y sé muy bien que si me toca con eso, no contaría un nuevo cuento, así que mi reacción fue instintiva. Deslicé mi mano de lado a lado y frente de mí el aire fue cortado por una barrera invisible.
Aunque no estaba seguro si mi barrera me protegería realmente del conjuro, decidí zambullirme detrás de un sillón a un par de metros delante de mí, y vi las maderas de la escalera de la entrada, pudrirse al ser golpeadas por el hechizo.

Pancután sacó su subfusil al momento que tarareaba a viva voz – ¡Naana nana nanaaa-a-a narana nana! – su ojo derecho se achicó como si hiciese foco, pero ni siquiera apuntó cuando abrió fuego contra la criatura. Las balas deformaron la mesa de madera enfrente del no-muerto, algunas le dieron de lleno en el ropaje oscuro y pesado que vestía. Pero no pareció afectarle.

Cuando me enderecé para mirar nuevamente la escena, ya Benjamín había corrido con su espada japonesa sujeta con ambas manos e hizo un corte perfecto de arriba a abajo y derecha a izquierda, pero lo único que logró cortar fue parte del manto.

No podrás hacerle daño con un arma normal, necesitas armas especiales para eso – grité, y lamenté un poco mi descuido. Algo que nos podría costar la vida. Saqué mi cimitarra de la pequeña bolsa de cuero y estaba a punto de lanzársela cuando vi al Señor Mago mover su mano circularmente en dirección a Ben, y el cuerpo del muchacho siguió el movimiento que había dibujado la criatura, girando 360º en el aire. Otro ademán con la mano y lo tiró contra el televisor colgado en la pared. Ambos se desplomaron al piso.

Quike, está muy frío acá, los huesos me duelen. Nos vendría bien un poco de calor – dijo Pancután mientras sacaba una pistola casera bastante extraña. Acomodó una manguera que salía de la culata del arma y se metía en su mochila, presionó un pequeño botón rojo en un costado del caño y una chispa encendió el lanzallamas. Una sonrisa pícara se dibujó en su rostro.

El Kaisharga se anticipó al movimiento. Dibujó algo en el aire y agitó ambas manos hacia atrás y luego hacia adelante, y señalando en ese movimiento el lugar donde Pancután estaba parado. Reaccioné justo a tiempo, me imaginé un escape que nos alejara de la zona del impacto, apoyé mi mano en la pared más cercana y tomé a Pancután del brazo. Una puerta acuosa apareció al extremo de mi mano. Otra puerta se abrió en la pared detrás de la criatura al otro lado de la habitación. Sin demora entré por la primera arrastrando a Pancután conmigo, y salí inmediatamente por la segunda. Vi la bola de fuego explotar contra la escalera donde habíamos estado parados un segundo antes. Pancután no se dio cuenta de lo que había sucedido, o tal vez sí, y no le importó. Presionó el largo gatillo de su arma y un chorro continuo de fuego bañó al no-muerto por la espalda.

Su piel se chamuscó levemente, pero hizo enfadar a la criatura que giró para enfrentarnos. Hizo los pasos necesarios para llegar hasta Pancután que aún mantenía el gatillo del lanzallamas apretado con todas sus fuerzas. El Kaisharga continuó avanzando. Alzó su mano derecha y con un revés, que dio en las mandíbulas de mi compañero, lo lanzó por los aires hasta golpear contra una cajonera al lado del espejo de pared. El golpe le abrió una herida en la ceja izquierda, de la cual comenzó a emanar mucha sangre. El lanzallamas encendió las maderas de la cajonera rota y el piso de machimbre.  
Entonces vino a por mí… 

Es mi intensión mantener este ritmo de post. Como todo, es cuestión de práctica y ganas. Síganme en Twitter @MirkoemirR.

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